Por Alcira Gómez |  @alciragh

Las exportaciones en el mundo representan alrededor de un tercio del PIB global (Banco Mundial), muestra que la integración comercial es más que significativa. Cabe entonces preguntarse, ¿cuál sería el resultado si las mujeres, siendo la mitad de la población, participaran plenamente en la producción y las exportaciones? ¿Qué sucedería si, en vez de hacerlo desde la vulnerabilidad, lo hicieran a partir de un piso parejo y sin techos de cristal?

Hace tiempo se discute sobre el vínculo entre la economía, el comercio internacional y el desarrollo inclusivo. En negociaciones comerciales recientes se contemplan aspectos de protección de los derechos humanos y su relación con la liberalización comercial. Ejemplos de ello son Canadá y la Unión Europea, quienes en sus acuerdos comerciales impulsan disposiciones en favor del desarrollo sostenible, los derechos de los pueblos originarios, así como la participación igualitaria de las mujeres. Si bien, algunas de estas disposiciones son más retóricas que vinculantes, buscan que la integración económica funcione positivamente en un entorno incluyente que mejore la gobernanza entre socios comerciales. 

Para las mujeres trabajadoras y productoras resulta menos probable ingresar a los sectores que crecen y exportan, a partir de que se da la liberalización comercial. Sucede que la relación de comercio y género es bidireccional: tanto el comercio impacta el grado y las formas de las desigualdades de género, como estas desigualdades afectan a las estrategias de política comercial y sus resultados (UNCTAD). En este sentido, la OMC reconoce la relevancia de incorporar la perspectiva de género en la promoción del crecimiento económico (Declaración Ministerial de Buenos Aires, 2017) y estableció un Grupo Especial de trabajo.

Según McKinsey,  la productividad aumentaría si se eliminan todas las formas de discriminación contra la mujer (FMI), agregando hasta 13  billones de dólares al PIB mundial para el  2030. Por ello, la igualdad de género debe considerarse transversal a todas las construcciones sociales y económicas, como lo plantea el ODS 5 de las Naciones Unidas. Nuestro reto es lograr un comercio internacional con perspectiva de género.

En la visión del comercio internacional del futuro es indispensable cerrar las brechas que limitan la participación igualitaria de las mujeres en las funciones de la producción, el consumo y los espacios de decisión. El impacto de las políticas de los Estados no quedan contenidas al interior de sus fronteras, sino que sus efectos trascienden y van incorporados en los bienes y servicios que comercializan internacionalmente. 

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